miércoles, 20 de mayo de 2009

LOS TEXTOS ESCOLARES: CRÓNICA DE UN PASADO MEJOR

Iván Montes Iturrizaga (*)

Antiguamente los textos escolares tenían una vida más larga. Se pasaba de mano en mano a un familiar o a un amigo cercano a fin de que se usen al año entrante. En su defecto, se vendía a un módico precio de contar con un buen estado de conservación. De esta manera, un texto resistía el paso del tiempo y servía muy bien para beneficiar a muchos niños y no solo a uno.

En esos tiempos, los libros contenían una buena cantidad de contenidos y actividades sugeridas, que por lo general, se tenían que hacer en hojas aparte. No tenían vistosos colores como los de ahora, pero servían para el propósito. También, existían las recordadas enciclopedias que comprendían las principales materias en un solo volumen. Amén de los compendios de Historia del Perú y los exquisitos textos de Gustavo Pons Muzzo que hoy harían sufrir a los alumnos de los primeros años de cualquier universidad. Como olvidar también el “Libro Amigo” con cuentos muy bien concebidos, ilustraciones que marcaron época y trabalenguas que seguro muchos aún recordamos con cariño.

En ese marco, los profesores nos instaban a que cuidemos los textos. Ellos siempre pensaban que nos podían servir en el futuro (como de hecho si ocurría) o que simplemente un familiar tenía que asumir la posta. Se nos enseñaba el amor por los libros y el sentido comunitario al saber que otro niño llevaría pronto en sus manos lo que tanto nos estaba sirviendo en ese momento.
Pero los tiempos cambian y no siempre para bien. Hace unos 15 años, tal vez más, so pretexto de un constructivismo mal entendido se empezaron a gestar transformaciones en la concepción de lo que era un texto escolar. Es así que se empezó a cuestionar absurdamente a la enciclopedia al punto que se la vinculó con el “enciclopedismo”. También, se propugnó: la colorida diagramación a ultranza; el desmedro de los contenidos sustentado en erróneo razonamiento de que la capacidad es lo más importante; la idea de que todo tiene que ser divertido; y, que estos materiales tenían que contar con espacios para que los alumnos escriban sus respuestas. En síntesis, los textos se modificaron drásticamente para convertirse en productos desechables, light en cuanto al tratamiento de los diferentes tópicos y poco alineados a las tendencias pedagógicas actuales.
En el fondo todo esto significó un gran negocio que solo beneficia a las grandes empresas editoriales. Estas hicieron creer a muchos profesores que el conocimiento se renueva todos los años, y por ende, un texto se tornaría en caduco luego de 10 meses de uso. La estrategia de marketing que cristaliza este discurso sin fundamento es sencilla: cambios en el diseño; algunas variaciones de color; y, la inserción de algunas fotos de los artistas y políticos de moda (para este año seguro que la novedad será Obama). Al final y al cabo se entregan productos novedosos cuando en esencia siguen siendo los mismos.

Se podría argumentar también que el currículo escolar (diseño curricular nacional) cambia constantemente, y por ende, los textos tienen que cambiar. De considerar cierto tanto dinamismo cultural, son los profesores los principales responsables de incorporar estos nuevos saberes en su planificación y desarrollar los materiales, guías o fichas más adecuadas. El trabajo de actualizar es parte de las actividades docentes y no hay razón alguna para desplazar esta responsabilidad al bolsillo de las familias.

Nada justifica la compra de textos nuevos todos los años. Frente a este panorama, tenemos que seguir los buenos ejemplos de unos pocos colegios que ya han puesto freno al juego comercial de las editoriales. Esto, gracias al establecimiento de los “bancos de libros” como un sistema eficiente para aprovechar los textos por al menos 3 ó 4 años. Pero el Ministerio de Educación también tendría que repensar su política de textos, estableciendo mecanismos para sustentar una vigencia mayor de los mismos y una calidad cercana a estándares internacionales.

La política de textos tiene que sustentarse en razonamientos pedagógicos y realistas. No podemos dejar este espacio a las editoriales que más bien están –en su gran mayoría- preocupadas por incrementar sus ganancias cada año.

(*) Psicólogo Educacional, Doctor en Ciencias de la Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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